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El día que conocí al sapo.



Al fumar Bufo Alvarius descubrí algo que nunca había experimentado, ni sobria ni bajo los efectos de ninguna medicina, droga, sustancia, meditación o hipnosis. Viví un irreversible y abrupto upgrade de consciencia, logré brincar como por arte de magia todos los posibles obstáculos que se topa un monje budista en su camino hacia la iluminación. Encontré un atajo al Nirvana acostada en el piso de un departamento en la Condesa.


Mi cuerpo se desintegró como un vaso con leche rompiéndose en cámara lenta al azotar contra el suelo. Siendo mi consciencia la leche y mi cuerpo el cristal.

Todo está bien’, repetirlo me hacía ser gratitud, ser completa paz, ser amor absoluto. Entendí al amor como la materia prima del universo.

Nada contenía a mis átomos y nada me diferenciaba de los átomos que componen a todo lo demás. No existía la mente ni la razón, simplemente ‘era’. Mi alma estaba ahí, nada más existiendo. Me fundí con el cosmos y perdí la identidad, el género, la nacionalidad y la edad. Perdí al ego. El concepto de tiempo desapareció. Estuve en el punto en donde la muerte y el nacimiento convergen cerrando el círculo de la vida. No estaba en ningún lugar, a mi alrededor no había nada, ningún objeto, ningún punto visible, era un infinito espacio blanco. Todo sucedía a la vez, todo era posible y perfecto.


Estar en la nada te hace entenderlo todo, aunque sea por quince minutos.


Nunca había sentido el poder sanador del llanto que provoca el amor, sin dolor ni disfraz, sin pena a moquear, a hincharme, sollozar o suspirar. Entendí que llorar desde el amor en un proceso casi ritual, cura enfermedades o padecimientos físicos y eleva la vibración personal instantáneamente.


Después de solo ‘ser’, fue imposible regresar del viaje como la misma persona que era antes de fumar. Mi percepción de la vida cambió. Ahora está cubierta por el rayo de la absoluta confianza en que todo es como tiene qué, que somos un insignificante puntito de energía en el cosmos y que al mismo tiempo somos Dios.

Gracias, primer sapo de mi vida.


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